martes, 29 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XLIII)

-          ¿Por qué tuviste que hacer eso?
-          Estabas allí desnuda, alegre, impasible tan centrada en tus sueños y tus deseos satisfechos y conquistas que me diste envidia. Me propuse aplastarte con mi cuerpo. Hacer algo primitivo, animal y salvaje. Me suscitaste.
-          ¿Y qué hacías aquí en mi casa espiándome? (cada vez más enfadada y chillona).
                                                                               
No tuve valor de responder y me fui. Ella no volvió nunca más a pedirme explicaciones ni siquiera se alejó de mi como habría hecho cualquiera sino que me concedió una segunda oportunidad extremando lógicamente las precauciones en los momentos en los que quedábamos solos alejados de la muchedumbre, que cada vez eran menos numerosos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XLII)

Y un buen mediodía de verano, me colé en su casa con el insano anhelo de contemplarla desnuda en silencio y soledad. Lo conseguí. Escondido dentro de su armario entre su ropa; la vi desvestirse para gozar de la naturalidad y libertad del despojo. La seguí sigilosa y cuidadosamente mientras ella desempeñaba labores domésticas, cotidianas con una alegría en la que no reparaba, automática la cual se captaba por el tono de voz empleado al cantar canciones pegadizas y populares. Veía como sus pechos se movían deliciosamente con retardo al resto de su cuerpo; dando botecitos ya liberados de todo sostén. Sus repugnantes estrías localizadas en la parte superior de ambos muslos ya lindantes con la peluda ingle parecían cicatrices enormes y negras esperando a ser cerradas. La sola visión de su cuerpo al natural motivábame a seguir un impulso erótico irresistible, incompungible. No se podía decir que su figura fuera extraordinaria o incluso bella. No obstante, era provocativa, atractiva tanto que me desnudé y me deslicé hacia ella como animal en celo. Ella, terriblemente asustada, agarró un cuchillo que su abuelo empleaba para hacer figuras con troncos de madera y pretendió clavármelo entre las piernas sin haber advertido mi identidad presente logrando a menos incrustármelo  en la parte anterior superior de mi pierna; próxima al muslo. Yo, cobarde, al ver como la sangre comenzaba a salir a borbotones huí despavorido en busca de su ayuda reclamando socorro con la pierna (y todo el cuerpo) desnuda manchada de un líquido viscoso que se me pegaba a los pelos de la pantorrilla. Ella al reconocerme, salió en mi ayuda y me frenó el hematoma ya que poseía unos conocimientos avanzados en medicina. Tremendamente avergonzado, le pedí mil veces perdón sin atender a explicaciones; que tal vez fueran inexistentes más allá del calentón de unos instantes.

martes, 22 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XLI)

Yo había pasado de ser niño raro a desarreglado mental, a demente, a suicida. Buscaba retornar al agua y sumergirme en ella esperando hallar algo parecido a la muerte, a otra vida. A una vivencia estelada a lo largo de la inmensidad del universo. Mas no era posible. Era sumamente inútil intentar trasladar mis pensamientos, formas y profundidades; continentes y contenidos hacia los demás. Incluso a los más cercanos. Ellos jamás reaccionarían de la manera que yo reaccionaba ante tales estímulos. La pesquisa con el objeto de encontrar alguien igual que yo se desvanecía. ¡Pero qué carajo, a mí también me gustaba ser único e irrepetible!

domingo, 20 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XL)

Pero el mundo estaba bien hecho, che. Cada uno recogía lo que sembraba, ganaba lo que luchaba, tenía lo que merecía. ¿Por qué iba a estar sujeto a nuestros malévolos caprichos? Acaso la idea de ser eterno era terrible, nos cansaríamos de vivir, querríamos experimentar nuevas cosas fuera de esta; la única existencia no ignota. Si los negros del África perecían de hambre era su culpa y no la mía. ¿Qué había hecho yo para que por naturaleza fueran anárquicos y salvajes? ¿Qué tenía que ver la sociedad occidental en sus guerras, luchas y genocidios fratricidas tribales? 

sábado, 19 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XXXIX)


En aquellos momentos, me daba por sentarme solo y aislado en una postura próxima a la del Pensador  de Rodin para contar, enumerar y disfrutar los deseos rotos que jamás lograría realizar. De repente, sentía un gusto, una fruición macabra por la desgracia, por mí desgracia. Era una especie de masoquismo que radicaba en el propio odio que mantenía hacia mi persona. Tal vez fuera porque yo jamás sería lo que yo quería ser. La sola idea de fabricarme a mí mismo con total (y digo total, cosa inexistente) libertad, eligiendo cada minúsculo y fútil aspecto de mi propio ser era no menos que fascinante. El hombre que se hizo a sí mismo a partir de la nada. Un sueño fantástico en el que hubiera escogido ser inmortal para acabar suicidándome. Pero la cosa no finalizaba ahí ni mucho menos; también asumiría la creación y el control de mi–a pesar de no ser mío- mundo externo de tal modo que todo estuviera sometido a mi libre albedrío.

jueves, 17 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XXXVIII)



-          Oye, tío; ¿este libro de qué va?
-          Es una miscelánea (con petulancia erudita).
-          Ni siquiera tú sabes qué carajo es eso. Si no me lo quieres decir, no pasa nada. Aunque creo que este rebujo de temas y palabras tampoco lo puedes explicar.
Y yo le continuaba hablando sobre gilipolleces, sobre temas interesantes, críticas constructivas, ideas delirantes sin que ella se implicara en absoluto en la conversación. No parecía importarle nada salvo sí misma, salvo su vida, su felicidad y su entretenimiento.

-          El egoísmo amigo, un pecado de solitarios de espíritu.

lunes, 14 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XXXVII)


Sin embargo, puede ser que estas ciencias ocupadas de tratar, solucionar, y principalmente dotar de explicaciones lógicas, coherentes y con sentido del mundo interior, del deep inside humano, de cómo, porqué, para qué y ante cuáles circunstancias respondemos a los diversísimos estímulos obtenidos y procesados mediante el intelecto y los sentidos no fuesen más que algo inútil, abstracto, falible y por encima de todo, prácticamente inadaptables a las reglas de la economía de mercado (más o menos pura) en la que tenemos asentado nuestro sistema y marcadas como cartas inmutables, pese a que su paradero sea decidido por el jugador, la totalidad de nuestras situaciones vividas, viviéndose y por vivir. Estoy hablando quizá de las artes y aquellas disciplinas como la psiquiatría, psicología, sociología y un infinito etcétera de estudios y prácticas que de una manera u otra tocan lo comentado –pongamos por ejemplo el marketing; para vender un producto es imprescindible conocer al ser humano, sus preferencias, su manera de vivir y ver la vida…- sin olvidarnos de otros flecos transcendentales de la cotidianeidad tales como los intercambios de ideas y la comunicación verbal (charlas, diálogos, conferencias, etc.) o la no verbal (que a pesar de ser minusvalorada era tan o más importante que la anterior), origen de los rumores, cotilleos, parábolas, refranes e historias que constituían el saber popular; conocimientos útiles y descriptivos en cuanto reflejaran la realidad en su trasfondo, en su contenido a los que un buen día a algún loco se le ocurrió encerrar para la posteridad inventando para ello un nuevo método de comunicación diferida y recuperable: el lenguaje escrito.

domingo, 6 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XXXVI)



Y es que esto de vivir no era fácil, no era un juego de niños como todos hubimos pensado en los albores de nuestra existencia. Y qué no hubiéramos dado por que lo fuera aunque sólo fuese por un segundo más. Los años ya empezaban a pesar en la memoria. Los silencios y los vacíos en los que nos sumergíamos nos sumían en la mediocridad, la desesperanza, la impaciencia, el tedium vitae, en esa insatisfacción que padece el glotón cuando ve que el gigantesco filete que acaba de engullir no le ha saciado sino todo lo contrario; le invita a comer más y más hasta reventar sin haberse hartado nunca, sin haber dicho ya, ya estoy contento con lo que comí. En ese momento, la mente no existía, todo se concentraba en una angustia localizada en la boca del estómago que rodeaba al cuerpo en un aura de ansiedad permanente que iba in crescendo ineluctablemente. En aquél momento, deseaba tener a mano cualquier tipo de droga que me pudiera causar (a largo plazo) un problema aún mayor al del estómago. Yo creía o pretendía creer que el mundo de las sensaciones y los sentimientos; era un terreno inabordado por el hombre, por las disciplinas científicas. Tal vez fuera inabordable por ser tan peculiar, subjetivo y personal. Erré. Leí libros en los que el autor atinaba a describir ciertos patrones comunes –lo que mostraba lo hube sentido en mi piel- que aludían en último término a las vivencias (incluso las minúsculas) y la experiencia del lector. El ulterior y principal propósito del emisor (sea cual fuere el mensaje) es la complicidad del receptor, el hallar similitudes.

martes, 1 de marzo de 2011

Sombras en la noche (XXXV)


Hubiera dado encantado dos cartones de cigarrillos matinales, vespertinos; de esos que te fumas antes de desayunar, de lavarte y de vestirte en cualquier lado: en el patio, en una ventana, en el balcón o la terraza, en el baño arrojando las cenizas al lavabo o incluso en la cocina sentado en un taburete junto a una mesa raída por tanto cuchillo y tanto fuego. Eso era lo mismo que despojarme de la tranquilidad que me daba fumar al comienzo de la jornada para afrontar esta, lo mismo que despegarme a un vicio que merced a la (mala) costumbre ya se había vuelto una necesidad primaria y de ámbito vital como lo era por ejemplo el café de media mañana o mediodía. Ese tipo de pequeñeces tan enormes en su ausencia las hubiera dado con sumo gusto por ser durante 5 míseros e insuficientes minutos ella. Por meterme en su cabeza para saber qué había vivido, cómo se veía la vida desde su atalaya y por supuesto, sentir lo que le proporcionaba mi extraña compañía.