Decidió Mario amarla, seguirla, hacer que su vida pendiera de sus actos y palabras.
Tenía el color de un valzer de amor; la esquivez de sus labios rojos, de su cabello dorado por el Sol.
Mario era un Dionisio que la buscaba como un niño busca su cometa bermeja en el cielo. Y el cielo era tan sólo el introito a una entrópica tempestad que ella cada segundo electrificaba...