El toreo nació más que para ser visto para ser soñado.
Mario fantaseaba con curvas picassianas imposibles trazadas por el pravus uro hispaniorum en derredor del torso de una Venus Virgen adolescente.
Las palas de los pitones besaban el rosado de las aureolas mientras la sangre de la bestia maculaba ad vitam aeternam las caderas de la Diosa.