Los relojes se paraban en las madrugadas silentes. La mente paramnética rellenaba los huecos de la memoria.
El espacio y el tiempo se abatían como el nácar hundido en la arena.
De una forma extraña, Mario penetraba en los abtusos de la existencia casi sin ser consciente.
Los céfiros acariciaban los cabellos de su cuerpo. El entendimiento volaba hacia el oeste de las ideas sustantivas.