Buscaba, esta vez de forma
paciente, la inspiración nuestro Mario Danilo en una noche de esas en las que
el tiempo pasa muy lento.
Tanto, que hasta la
respiración se obstruía, el aire se paralizaba y la conciencia era plena.
Y, ¡paammmmmmm!
Las pupilas se dilataban
como si el cerebro se abriera para vertirse, en menos de un minuto el duende
había llegado a su cabeza de la que un roñoso bolígrafo no era más que una
extensión asida con saña.
Pero, la magia orgásmica
de la inspiración había caído demasiado rápido; la propia naturaleza del gozo
hace que la conciencia que tenemos de él sea instantánea.
¿Quién demonios va a mirar
un maldito reloj mientras se corre?