domingo, 18 de marzo de 2018

La belleza en el mundo contemporáneo


Clint Eastwood dijo que las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo.

Y es cierto.

Pero hay culos y culos. Igual que hay opiniones que nos han hecho reír y otras que han cambiado la historia del mundo.

Pero, volvamos a los culos, que, al fin y al cabo, son mucho más interesantes que las opiniones.

 Por suerte, yo tengo un culo único, como mi número de DNI, inconfundible, que me conforma como la persona que soy. Con su preciosa celulitis y todo. A mi novio le encanta, porque es mío. El suyo, tiene más pelo que el de un mono injertado. Pero lo adoro, porque es suyo.

Sin embargo, tal vez por desgracia, no siempre ocurre así.

No cabe hesitación si se asevera que el ser humano es, esencialmente, social. Seamos sinceros, tenemos un pánico inmensurable a quedarnos solos. Es por ello, por lo que mi culo debe seguir en su sitio, pero estar más prieto, más tonificado y… bueno, hasta hace poco mejor que no fuera grandote, pero si lo tiene así Kim Kardashian será mucho más trendy.

Y esto, ¿por qué?

Fácil explicación: voy a conseguir miles de likes en Facebook e Instagram y una colección de buenorros Tinder. Mi lema es “Deseada por todos, envidiada por todas”.

Al margen de esta digresión satírica, debemos indicar que el tema de la obsesión por la apariencia física no es nuevo. Ha existido siempre.

La razón prima y fundamental es el sexo. De ella derivan las demás. La mujer, busca aparearse con un hombre fuerte y poderoso. El hombre con mujeres de rasgos físicos exuberantes, que provoquen miradas lascivas hasta el asco en sus congéneres.

En todo lugar, el aspecto físico es la carta de presentación más importante. Imprescindible e insoslayable. Esta carta de presentación es el introito a la configuración de la imagen global de cierta persona. Y esta imagen, el tamiz que nos hace desbrozar el trigo de la paja. Por eso en Tinder se puede suprimir la descripción verbal pero no la foto.    
Una característica esencial del aspecto físico es su temporalidad. Los cánones de belleza no son ideas platónicas únicas, eternas e inmutables.  Son, radicalmente hijos de su tiempo.

En la prehistoria, molaban las titis gordas, las superjamonas, mujeres de anchas caderas y pechos descomunales que caían hasta el ombligo. El motivo, es que la imagen deseada era la de una mujer capaz de engendrar, amamantar y nutrir a una extensa familia. La supervivencia de la especie humana.

En tiempo de mis abuelos, estaban en boga las mujeres gorditas –que no rollizas- y blancas como la nieve. Féminas de familia acomodada, de la que no hubiera la más mínima sospecha de que hubieran pasado hambre y sin mácúla de luz solar. La tez morena era propia de pobres jornaleros que trabajaban a la interperie.

En la época de mis padres, el tiempo le dio la vuelta a la tortilla. El bronceado y la delgadez triunfaron. Asistimos por primera vez al macabro y bochornoso espectáculo de ver a supermodelos –gente de influencia en las masas- delgadas a tal extremo que parecían sacadas de un campo de concentración nazi.

En nuestro tiempo, todo se resume en una palabra: gimnasio. A priori podríamos pensar que salud y belleza al fin van de la mano. ¡Qué ilusos! Nada más lejos de la realidad, los de la nueva especie –los mentecatos de gimnasio- llevan por bandera irrenunciable la dieta hiperproteíca, las suplementaciones y, en casos desaforados, los esteroides. Se les distingue fácilmente, la petulancia y el narcisismo son sus señas identitarias. Viven para el selfi y el espejo. La única cuestión existencial que se hacen en sus miserables y cativas vidas es: Ohhh, espejito espejito, ¿quién es el más fuerte del gimnasio?

Hoy en día, existe otro elemento poderosísimo, un altavoz que llega hasta las plazas más recónditas del globo y cuyo eco aturde como un sismo a la humanidad entera. Hablamos como no podría ser de otro modo de internet y las redes sociales. Estas herramientas que han devenido en una forma de vivir, han globalizado los cánones de belleza de todo el mundo. Han dado pábulo a que el marketing encubierto y los influencers determinen las nuevas tendencias que hemos de seguir para no quedarnos anquilosados y ser más guays.

Por otro lado, la revolución digital ha llevado aparejada la imprescindible construcción de perfiles en distintos sitios web con fines laborales o sociales y la consiguiente expiración del anonimato, una situación que previamente nos permitía proteger nuestra intimidad, bajo la siguiente premisa: Quién no está en la red no existe.

La necesidad de proyectar una imagen en la red, una imagen que puede verse en todo el planeta, ha magnificado la importancia de la apariencia física, no solo como elemento sexual –que siempre se halla presente- sino como criterio que nos permite normalizar a una persona de tal forma que se selecciona a aquel que cumple un estándar acorde al canon imperante de belleza.
A mayor abundamiento, la creciente importancia de la apariencia, motiva que la mayor parte del mundo occidental no se sienta satisfecha con su imagen corporal generándose un sufrimiento superfluo acompañado de evitables problemas en las relaciones sociales, el trabajo y otras áreas importantes de la actividad del individuo. Para cuadrar el círculo, hay evidencia científica de estudios que demuestran lo que sospechábamos: a mayor uso de las redes sociales mayor es la insatisfacción corporal. El estándar ya no sólo lo marca una celebrity, sino la vecina que tiene 1.000.000 de seguidores y 4.000 likes en cada foto de Instagram. De esta forma, el descontento acerca de la propia imagen física se ve acuciado por personas muy próximas con las que la comparación es más directa y dañina emocionalmente.

El mundo digital, se ha convertido en el fiel escudero de un fenómeno anterior cuya revolución eclosionó con un fuerte zumbido en la generación de misprogenitores, el marketing.  Los cuerpos ideales que aparecen ya en todo tipo de medios han sido el punto de partida de patologías como la anorexia y la bulimia al generar diferencias entre la realidad y la burda farsa deletérea que nos quieren vender.

Los ganadores de esta partida y de la pecunia que la sociedad les da para retribuir la necesidad que a través de un sibilino marketing han construido, son los llamados mercaderes de la insatisfacción siempre prestos a vendernos una pócima mágica para ser felices gracias a nuestros cuerpos de revista.

Toda esta vorágine nauseabunda de la obtención de la imagen perfecta al margen de criterios de salud me provoca un deseo irrefrenable de huir de la vacuidad de lo meramente superficial y pasajero hacia posturas ante la vida que tengan como objetivo la felicidad que la identifico como la serenidad armónica.

Por el hecho de tener un cuerpo perfecto no te vas a sentir valorado por la sociedad. En todo caso por una manada de estultos. Pero no te valorarán a ti como persona sino como una mera masa arquetípica compuesta de carne y huesos. Es nuestro cerebro, y ninguna otra parte del cuerpo, la que nos define dentro de la humanidad, nuestra esencia y único fundamento. Podemos operarnos la nariz, muscular nuestros ortos y ponernos unas tetas en las que se pueda apoyar un cubata. Pero seguiremos siendo la misma idiota de siempre, con el mismo seso. Es por ello por lo que lo más relevante siempre será cultivar los tejidos craneoencefálicos con  el objeto de iluminar nuestra alma mediante el conocimiento, sin abandonar el cuidado de la nutrición y el ejercicio físico para alcanzar una perfecta simbiosis entre cuerpo y mente ya reveladas por las filosofías orientales y plasmada per omnia saecula saeculurum por el aforismo latino “Mens sana y corpore sano”.