El palacio se erguía entre el mar y la roca.
Fundado en tosca y rematado delicadamente con unos porxens en la planta superior, su sombra se perdía en la marina.
Se podía oír el rumor de unas niñas jugando sobre la grava de la playa.
Estaba ella sobre un escalón mirando fijamente el vaivén de las olas.
Tan perdida en los trazos de los azules eternos, su serenidad parecía emanar de la misma idea helenística de la belleza.
Remontando el desnivel y algunos aladiernos, Mario se dirigió a ella. La asió con suavidad firme por la parte occipital donde comienza a brotar el cabello.
Sin mediar palabra, la besó.
Fundado en tosca y rematado delicadamente con unos porxens en la planta superior, su sombra se perdía en la marina.
Se podía oír el rumor de unas niñas jugando sobre la grava de la playa.
Estaba ella sobre un escalón mirando fijamente el vaivén de las olas.
Tan perdida en los trazos de los azules eternos, su serenidad parecía emanar de la misma idea helenística de la belleza.
Remontando el desnivel y algunos aladiernos, Mario se dirigió a ella. La asió con suavidad firme por la parte occipital donde comienza a brotar el cabello.
Sin mediar palabra, la besó.