La vida volvía en forma de haces de luz solar. El tiempo se detenía y el pensamiento deformaba los recuerdos en lugares de la infancia.
Mario no recordaba para volver a vivir sino que se solazaba experimentando con los juegos de la infancia para poder recordar que estaba vivo, que el pensamiento racional era una traición a la existencia animal del hombre.
Ingenuamente feliz, fuerte, atemporal y eterno. Un niño inocente no conoce límites y Mario simulaba tan denodadamente que tampoco.
Mario era un esclavo de la soledad de sus juegos y fábulas, de esa soledad que era la única patria libre que conocía.