La izquierda –en la que subsumimos a globalistas actuales en todos
sus posibles géneros y denominaciones: socialdemócratas, democratacristianos, liberales, conservadores…- tiene como costumbre
inmemorial el no aceptar los resultados democráticos cuando no se ajustan a sus
pretensiones.
Azaña había creado una ley electoral que favorecía al partido más
votado. Le salió el tiro por la culata.
En noviembre del 33 ganó la Confederación Española de Derechas
Autónomas de Gil Robles. Con una diferencia de menos de 250.000 votos, las
derechas tenían más del doble de escaños que las izquierdas.
El cobarde de Alcalá-Zamora sucumbió a las presiones de la
izquierda y no llamó a Gil Robles a formar gobierno sino al centrista Lerroux.
Empero, el PSOE y los nacionalistas catalanes ya habían decidido
conquistar el poder por las armas. Los primeros a por la revolución, los segundos
a por la indapandansia.
El 3 de enero del 34, Indalecio Prieto declara al diario el
Socialista: "Concordia no, guerra de
clases. Concordia sí, pero entre los proletarios de todas las ideas... Pase lo
que pasa, ¡Atención al disco rojo!".
En febrero, los anarquistas de la CNT le proponen a la UGT de Largo
Caballero una alianza revolucionaria que el Lenin
español, que había apoyado a Miguel Primo de Rivera, aceptó.
La prueba definitiva del que el PSOE preparaba una revolución
armada, fue la compra por parte de Prieto, Negrín, González Peña y Amador Fernández
de un importante alijo de armas descubierto el 9 de septiembre del 34 por la Guardia
Civil a bordo del Turquesa. Una parte
de las armas había sido ya trasladada a la Diputación provincial –controlada por
el PSOE- y se usó en la revolución iniciada un mes más tarde.
La Esquerra Republicana de Catalunya era un partido racista -medían
cráneos de catalanes para distinguirlos de los españoles, alentaban a las
mujeres a no casarse con castellanos etc.-, cuya ala radical, las Juventudes de
Esquerra Republicana de Cataluña plagiaban al fascismo italiano que los
protegió y financió: eligieron las camisas verde oliva como uniforme
identitario, celebraron desfiles de carácter paramilitar e impulsaron sus
propias milicias, los escamots.
Como movimiento burgués, se contraponían a la inmigración
castellana que iba a trabajar a las fábricas del cinturón industrial de
Barcelona así como al movimiento obrero al que reprimieron brutalmente.
Los jefes de estas juventudes eran, Dencás, Consejero de
Gobernación hasta octubre del 34, que apareció tras el fracaso de la revolución
en el balcón de Piazza Venezia junto al duce;
y los hermanos Badía, uno de los cuales fue responsable de los Mossos de
Escuadra, que fueron asesinados, en venganza, por los anarquistas en la Guerra
Civil.