Caminaba Mario por una estrecha calle mientras caía la pronta pero esta vez cálida noche otoñal. Andaba pensando en estar de vuelta de todo pese a no ser aún viejo.
Vio de espaldas un cuerpo que le pareció familiar. Espero a que diera la vuelta apoyado en una pared y mirando al cielo manteniendo el garbo de elegante indiferencia que tanto le gustaba.
Atónita ella y su mirada que parecía querer huir al verle allí se dirigió hacia él. Entonces Mario sin mediar palabra la tomó y besó sin que ella opusiera la más mínima oposición.
Automáticamente, Mario se fue a su casa tras haberle susurrado al oído que no merecía mancillar la imagen ni los recuerdos que tenía de él.
Definitivamente Mario había cambiado.