lunes, 10 de marzo de 2014

Sombras en la noche (CX)

La ingrimitud de la profunda noche trocaba el alma de Mario.

Al cruzar la calle, vio como la gigante Luna llena redundaba en una soledad diferente. Una soledad no carnal, de espíritu. La más cruel de todas ellas.

Pensaba que podría desvelar en vano toda aquella maraña de cavilaciones y recuerdos súbitos que le mantenían insomne. Tenía amigos, suficientes, pero ninguno de ellos ni con ni sin interés alcanzaría a comprenderle.

Entonces, con una muesca trocada en una media sonrisa taimada miró primero al suelo para a continuación alzar la vista posándola detenidamente sobre la infinidad de una estrella. Y reparó al soltar una carcajada vanidosísima en que el hecho de que nada de lo que había en su cabeza pudiera ser nunca repetido ni mucho menos representado por nadie le hacía un puto genio.

Y no en uno cualquiera sino en aquel al que el tiempo no llega a descubrir y por ello le tiene reservado el trono más único que existe, el de la singularidad.