Como intentaba explicar a un amigo; en frío las mujeres no me son interesantes.
No dicen nada que pueda atraer mi atención, no tienen capacidad para hacer algo que pueda impresionarme (escribir, pintar, jugar al baloncesto, actuar)... ni tan siquiera mentir bien. La personalidad de la mujer me parece estúpida a todas luces por estar siempre basada en un ansia de felicidad egoísta la cual radica en hechos tan insignificantes e insulsos como el sentirse deseada por el sexo opuesto, aparentar o tener un trasero más respingón que el de su prima y demás gilipolleces por el estilo.
Del mismo modo no puede sino repugnarme un carácter que cuanto tiene de valioso ha sido copiado de la forma de vivir masculina. Me refiero a aquellas mujeres que se no se resignan a malgastar su vida a la sombra del hombre y deciden no ser una mera atracción sexual o unas guardianas del hogar. No obstante, esta corriente no es mayoritaria. La mayor parte de las hembras -ganado de fiesta y discoteca- que conozco dilapidan su inteligencia tratando de parecerle bella a un macho al que ve como a un Dios que las salve de la burda mediocridad de sus aburridas y solitarias vidas.
Sin embargo, la mujer incita pero no provoca, es decir, casi siempre carecen la valentía de decir simplemente lo que sienten y cómo dejando (para mi comodidad afortunadísimamente) que el varón escoja quién se lleva al catre. Lo peor es que mierdas de este tipo son el centro y total de sus hueras existencias sinsentido. Y aún cuando se van tornando viejas no hallan algo más útil y provechoso que la deleznable actividad del chismorreo.
Tampoco me es atractivo su cuerpo, más pequeño, débil, grasiento y poco musculado que el del hombre, ni por añadidura su cara la cual en un 99% de las ocasiones necesita ser acicalada y polvoreada para parecer decente. Asimismo, el tentador busto femenino no me despierta fascinación alguna. Al final tanto las tetas como el culo son simples cachos de carne grasa e inmotriz.
Lo que realmente ocurre es que el castillo de naipes construido antes se me derrumba antes de que el niño (si no es obviamente maricón) nazca. En la práctica, desde que mamamos del pecho materno nos sentimos inclinados a tomar a la mujer.
La causa de este hecho es la propia animalidad del ser humano, es decir, la naturaleza de la que estamos compuestos y formamos parte. Una vez más el instinto vence al raciocinio. Sencillamente, pese a que la mujer sea fea, estúpida y vacía apelando a profundo pensamiento; la trampa que nos tiende la propia esencia de nuestro ser para no extinguirse es incomprensiblemente insuperable.
Por ello, no me cabe la menor duda a la hora de sobar una buena teta o petar un coño.
No dicen nada que pueda atraer mi atención, no tienen capacidad para hacer algo que pueda impresionarme (escribir, pintar, jugar al baloncesto, actuar)... ni tan siquiera mentir bien. La personalidad de la mujer me parece estúpida a todas luces por estar siempre basada en un ansia de felicidad egoísta la cual radica en hechos tan insignificantes e insulsos como el sentirse deseada por el sexo opuesto, aparentar o tener un trasero más respingón que el de su prima y demás gilipolleces por el estilo.
Del mismo modo no puede sino repugnarme un carácter que cuanto tiene de valioso ha sido copiado de la forma de vivir masculina. Me refiero a aquellas mujeres que se no se resignan a malgastar su vida a la sombra del hombre y deciden no ser una mera atracción sexual o unas guardianas del hogar. No obstante, esta corriente no es mayoritaria. La mayor parte de las hembras -ganado de fiesta y discoteca- que conozco dilapidan su inteligencia tratando de parecerle bella a un macho al que ve como a un Dios que las salve de la burda mediocridad de sus aburridas y solitarias vidas.
Sin embargo, la mujer incita pero no provoca, es decir, casi siempre carecen la valentía de decir simplemente lo que sienten y cómo dejando (para mi comodidad afortunadísimamente) que el varón escoja quién se lleva al catre. Lo peor es que mierdas de este tipo son el centro y total de sus hueras existencias sinsentido. Y aún cuando se van tornando viejas no hallan algo más útil y provechoso que la deleznable actividad del chismorreo.
Tampoco me es atractivo su cuerpo, más pequeño, débil, grasiento y poco musculado que el del hombre, ni por añadidura su cara la cual en un 99% de las ocasiones necesita ser acicalada y polvoreada para parecer decente. Asimismo, el tentador busto femenino no me despierta fascinación alguna. Al final tanto las tetas como el culo son simples cachos de carne grasa e inmotriz.
Lo que realmente ocurre es que el castillo de naipes construido antes se me derrumba antes de que el niño (si no es obviamente maricón) nazca. En la práctica, desde que mamamos del pecho materno nos sentimos inclinados a tomar a la mujer.
La causa de este hecho es la propia animalidad del ser humano, es decir, la naturaleza de la que estamos compuestos y formamos parte. Una vez más el instinto vence al raciocinio. Sencillamente, pese a que la mujer sea fea, estúpida y vacía apelando a profundo pensamiento; la trampa que nos tiende la propia esencia de nuestro ser para no extinguirse es incomprensiblemente insuperable.
Por ello, no me cabe la menor duda a la hora de sobar una buena teta o petar un coño.