Mientras tomaba una birra en una terraza durante el eterno Sol decadente de verano en una atestada terraza; Mario vio un culo. Podría decirse que aquello era mucho más que un bonito trasero, quizá aquella chica tuviera un buen empleo, fuera educada, femenina, seductora o ejerciera de reina del íntimo arte de comer pollas.
Tal vez fuera todo eso e incluso mucho más pero Mario tan sólo podía ver un orto majestuoso; perfecto, con personalidad propia –la más magnética que Mario había conocido hasta entonces-. Y entonces marchó decidido hacia él.