martes, 3 de septiembre de 2013

Sombras en la noche (CI)

Todo comenzó, o mejor dicho empezó a acabar para Mario en una siempre prematura noche de invierno.

Entre la humedad del océano y la pertinaz y aburrida lluvia; el corazón de Mario se hubo acorazado hasta tal punto de no importarle en absoluto matar el sentir de la mujer a la que durante tanto tiempo hubo dedicado todos y cada uno de sus suspiros de pasión y ternura.

La divisa con la que Mario pagaba era la peor de todas las posibles, aquella indiferencia con la que la providencia nos trata cuando el único consuelo posible es un lienzo ya empapado por el llanto.

- Mario, ¿tú me quieres?

- Puffff...Nah- mirando el paisaje por la ventanilla, respondiendo con sumo desdén, sin mirar nunca a unos ojos espectantes cuya indiscutible belleza aumentaba al humedecerse estos-.

- No me digas que no, aunque sea mentira.

- Entonces sí.

Mario soltó en ese momento un par de carcajadas como consciente de que tenía la voluntad de su mujer bajo su más absoluto albedrío. Cada milígramo cúbico de aire que salía de su boca era un puñal en el centro de las entrañas de la pobre joven.

- ¿Sabes Mario? Sólo pienso en ti. No duermo, no como, no vivo. Lo único que hago en las 24 h del día es pensar en ti. A todas horas me pregunto qué estarás haciendo...

Medio sintiendo pena por lo que su mujer le estaba diciendo medio intentando acallar la siempre inoportuna voz de su conciencia que le gritaba que aquel dramático espectáculo lo era sólo por su puta culpa, Mario la besó.

Fue un beso corto mas por encima de cualquier otro adjetivo amargo por cuanto a lo salado. Mario apenas introdujo su luenga lengua cuando se vió obligado a apartarla por el muy desagradable sabor a lágrimas.

- Está bien nena, no te pongas así -chocando la palma de la mano contra su rodilla-, me quedaré esta noche en casa.

El resto del trayecto transcurrió en silencio.

Mario miraba por la ventana pensativamente distraído. Su mujer había cesado de plañir pero en su rostro seguía iluminándose una preocupación creciente.

Todo continuó así hasta que ambos cayeron en la alcoba; nido donde floreció su amor años atrás.

Mario fue atento y encantador como en los primeros días pero asimismo pasionalmente sexual como cuando empezó a sentir confianza con ella.

Todo estaba pensado.

La noche de sexo salvaje dejó a su mujer exhausta, rendida. Dormida.

Mario se fue. Y para no volver jamás.