Resultan sumamente paradójicas las opuestas actitudes que mantienen el niño y el adulto cuando se aproxima la fecha de su cumpleaños.
El primero, espera ansioso el día señalado porque - aparte de los consabidos regalos- se va acercando a su deseo de ser grande, ansiando consustancialmente la libertad y la independencia supuesta que se adquiere con la edad. No hay jornada más importante y feliz en todo el año para el pequeño.
En cambio, para el adulto existe un "drama" en el hecho de ir sumando primaveras, en primer lugar, ve como se pierde su juventud, como se acerca el fin y de qué manera pierde facultades e ilusión a niveles parejos. Y lo más triste, ve que lo pretérito es irrecuperable salvo en el recuerdo que le muestra lo que fue y desgraciadamente ahora ya no es.
Por este u otro extraño motivo, mi padre le dijo a mi hermanito - que celebró ayer 2 de Agosto su nono adniversario - el primero del susodicho mes:
- Disfruta, disfruta, disfruta porque nunca volverás a tener 8 años.
Lógicamente, mi fraterno no comprendió nada y alegremente prosiguió jugando.