La expresión artística verosimil aspira, en primer lugar, a ser inmortal -empresa que sólo depende de la aceptación entre el selecto público- y en segundo y esotérico plano a decir mucho más de lo que realmente dice.
Es esa y no otra la verdadera meta del artífice, dejar que la imaginación del que percibe su propia obra complete interiormente y para sí mismo la labor del artista.
Y es que al fin y al cabo, el arte es la sensación sublime, subjetiva, íntima e intransferible del contemplador de la genialidad extraordinaria.