lunes, 22 de agosto de 2011

Sombras en la noche (LXXXIV)

Entonces sentía deslizarme en cada centímetro de su cuerpo. Sentía su mirada cariñosa, afable y discreta al mirarme tímidamente. Sus pupilas eran dos ideas perdidas en las tinieblas de la noche; oscuras y brillantes al pasar por cada farola iluminaban los laberintos recónditos de mi cerebro. La conversación enrtonces era inexistente o carecía de importancia. Éramos presos de nuestros deseos.

A miles de millas de distancia, a Rìmini la boca de su acompañante de turno le resultaba familiar. Cada nuevo beso era más parecido al de su prima. ¿Qué sería de su prima?, compañera de juegos en la infancia y terribles postrimerías. La tomó siendo una niña inocente apenas picardeada por los juegos de la calle y la dejó siendo una amiga desinteresada y amante esquiva.

Esquiva por estar también tan bien.