martes, 28 de diciembre de 2010

Sombras en la noche (XXIV)

No había motivo para estar alegres. No había motivo para estar tristes. Entonces cada episodio de la vida era una canción de Bob Dylan. O una novela interminable de Galdós con sus personajes aún vigentes, cotidianos, corrientes. No era difícil catalogar a cualquier vecino y hallarle similitudes con algún actor del genio canario. Incluso leyendo era posible descubrir su futuro, presente y pasado. Jamás nos aburríamos, pero nos hallábamos tan absortos en nuestros pensamientos, cavilaciones y recuerdos que solíamos desconectar el cerebro, apagarlo y cometer alguna locura que nos devolviera al mundo. A veces las locuras duraban más que el estar cuerdo. A veces los sueños duraban más que las vigilias pegajosas, mortalmente eternas, tremendamente racionales que nos perseguían como perro al amo.