Y allí, en aquella lúgubre habitación estaba ella. Sola. Esperando la llegada de la noche. Ya bien vestida y atusada se autoconvencía de su éxito mentalmente. Agarrándose de sus tetas y subiéndoselas a sabiendas que era su atractivo para conseguir un triunfo vacuo pero glorioso.
¿Con quién se acostaría esa noche? Seguramente con algún ejecutivo cuarentón cansado de su esposa y de la asfixiante responsabilidad de su cargo en la empresa.