Mi amigo ya se había marchado para dejarnos un rato de intimidad innecesario, inexistente. Entonces veía como una circunstancia orteguiana que yo y ella confluyéramos. Pero era tremendamente predecible saber dónde estaba, con quién y qué hacia. Tan sólo bastaba observarla para saber que a las 12:30 llegaría a su piscina, a las 3:00 comería a las 5:30 volvería a bañarse… Día tras día la misma historia; esa monotonía que odiaba, esa imperturbable monotonía a la que se aferraba para mantenerse ocupada.
Todo era igual al final del día. Los movimientos de la tierra que nos eran ajenos, que no alcanzábamos a comprender, a transgredir, a discernir. Las ideas huían de mi cerebro. Mi mente devenía en un solar vacío que ansiaba ser rellenado (valga la redundancia) de nuevo. El calor del Sol cenital de julio el cual me abrasaba la cabeza convirtiéndola en humo, en pereza mental y física; en un estado de aletargamiento onírico en el que todo era extraño y mis ojos tan sólo podían fijarse en un par de cosas a lo sumo.
Todo era igual al final del día. Los movimientos de la tierra que nos eran ajenos, que no alcanzábamos a comprender, a transgredir, a discernir. Las ideas huían de mi cerebro. Mi mente devenía en un solar vacío que ansiaba ser rellenado (valga la redundancia) de nuevo. El calor del Sol cenital de julio el cual me abrasaba la cabeza convirtiéndola en humo, en pereza mental y física; en un estado de aletargamiento onírico en el que todo era extraño y mis ojos tan sólo podían fijarse en un par de cosas a lo sumo.