domingo, 16 de enero de 2011

Sombras en la noche (XXVIII)

Entonces salgo, la veo y la traigo al parlamento tras explotar mis escasas cualidades persuasivas. Sin esperar a que lleguemos, suelta:




- ¿Y es esta la mujer de tu vida? (entre sonoras carcajadas; entre indisimulados –a posta- disimulos)



Entonces ella me mira, yo la miro y nos reímos sin querer reírnos.



- No

- ¿Cómo que no? –dice ella con cara de sorpresa negativa, con ganas de seguir jugando.

- Creo que no me he expresado bien cariño –con sonrisa pícara-.

- Dejad de jugar. Manú, perdiste la apuesta.

- Yo no estoy jugando. La quiero con sus tonterías y todo.

- Está bien (visiblemente fatigado de la farsa). Tú ganas. Que Dios os conceda un feliz matrimonio e hijos varones.

- Flaca, ya te podés ir.

- ¿Por qué?

- Ya no te quiero.

- No me dejes aquí sola ya aburrida “porfis” (haciendo un ruego empleando sus dotes femeninas que suelen excitar al hombre)

- Quédate pero te aburrirás igualmente. Ya habrás visto que yo no soy un tío muy divertido Lo mío son las contemplaciones de madrugada, las lecturas esquizofrénicas y el cine de intriga en blanco y negro (cogiéndola del tronco).