miércoles, 27 de octubre de 2010

Sombras en la noche (XII)

En aquellos días, todo era molestamente modesto modestamente molesto; como la vez que me quedé sentado en el piso escuchándolas secretamente (a ella y a una amiga) hablar sobre mí.


- Ese tío está colgado.

- ¿Tú crees? A mí me parece todo lo contrario. Él ve cosas que tú y yo nunca veremos.

- Está grillado créeme. Pero me gusta su forma de vivir y ver la vida.

- Tiene algo de delirio y algo de tragedia.

Y leyendo la entrada al infierno de Virgilio me propuse a decidirme; a ir a por ella a rostro descubierto. Queda claro que mi intención era dejarnos de tonteos y conquistar su corazón –qué tonterías digo- para que ella reviviera el mío, para que ella me dibujara las ojeras con carboncillo, me desafinara en el desayuno y me confesara que tenía miedo de madrugada a cosas innombrables, a misterios que nadie más que ella podía comprender.



Y para el ávido y sagaz lector queda claro que atendiendo a mi condición humana fracasé en todo propósito de compartir algo de mi existencia (quimera para casi todo mortal) con ella. Me dijo que no iba a dejar a su novio bajo ningún concepto y que yo estaba bien para pasar el rato, sin posibilidad de transgredir ese límite; papel al que me acomodo sin ningún tipo de complicaciones.



Ahora, acaso tengo la certeza de que ella también lo hubo meditado. Y tenía dudas. No obstante, prefirió caminar sobre seguro quedándose como estaba a acometer aventuras y desventuras junto a mí. Y es que estoy loquísimo. O al menos eso dicen de mí.



No crean que esto no me dolió, no crean que me dolió sobremanera. Sería absurdo calificar de desventura amorosa algo que adolece de amor. Simplemente fue un experimento, deseado eso sí en el que jugaron sentimientos profundos mas no el que ilumina todo proyecto –fallido- de vida humana.



Y todas las cosas que vivo (esta en especial) no hacen más que acrecentar mi esquizofrenia, la música que escucho, los libros que leo, el cine que trago, etc. Sin embargo, sólo basta que pasado el ocaso, ella me vuelva a pasar la mano por el pecho para devolverme a un estado de ensueño, primigenio, pueril.