lunes, 25 de abril de 2011

Sombras en la noche (L)


Yo sólo suscribo y repito lo que dijiste. Y se volvió a hacer el silencio. Ninguno de los dos sabíamos de su naturaleza o significado. Lo único que alcanzábamos a inteligir (captar con el intelecto) es que nos hallábamos bárbaramente cómodos entre aquellas quietudes auditivas, intelectuales, kinésicas y sobre todo espirituales que no nos atrevíamos a quebrar. El río corría manso, tranquilo, la luz de la luna se reflejaba en sus aguas dando una imagen distorsionadamente bella. Mutante al sucederse las ondulaciones en el lecho. La noche era cálida, serena y apacible como nuestros mejores sueños de recién nacidos. Todo era perfecto. Mi amigo y yo soñábamos despiertos ajenos a todo ajeno a nuestra onírica. Durante unos segundos quise querer creer que éramos dos almas gemelas predestinadas a encontrarse juntas a través de la vida. Nacimos para ser amigos. Nada diferente hubiera sido real o posible. La gente nos odiaba; nos amaba por ser diferentes, atrevidos, nunca vistos.