A ella le daba por buscar un motivo por el que seguir amando y creyendo en las personas al contemplar y tocar las manos de la gente. Degustaba minuciosamente los surcos y su localización en nuestra piel. Creía descubrir algo relevante, misterioso, detonador en las palmas. Una especie de pitonisa que pintaba las rayas ya trazadas de mi mano como si fueran caminos hacia el placer de la compañía y la nada. Caminos sin rumbo ni retorno que se desvanecían entre suaves y delicadas caricias.