jueves, 26 de mayo de 2011

Sombras en la noche (LIX)


Allí, en esa pieza sombría hacia un calor insoportable, pegajoso y húmedo por cuestiones geográficas que me hacía sudar hasta en las palmas de las manos.
Débil, agotado y lánguido; me propuse a coger un cubo de agua y tirármelo por la cabeza hasta la suela de las babuchas. A mí no me gustaba hablar de mi vida ni mis intimidades. A mí amigo sí pero con límites y reticencias sobre su pasado negro y latente en el profundo sufrimiento de sus recuerdos. Su biografía duró unos 6 meses. Nada ajeno a ese intervalo temporal parecía importarle. Al fin y al cabo, sendas existencias muy unidas por los sobresalientes y cansinos lazos de la amistad verdadera, habían conocido muy de cerca el fracaso de vivir, el sentirse un extraño frente a una realidad inmaleable. Empleábamos nuestros luengos ratos libres en buscar y buscar; buscar, cercar sin descanso algo con lo que identificarnos. A lo que sentirnos apegados. Que nos hiciera disfrutar y sentir definiéndonos como tipos raros cuyo eco no era escuchado pero sin embargo compartido. Lo que al fin pretendíamos encontrar era alguien como nosotros, con nuestros mismos gustos y aficiones. Con nuestra manera de pensar. O tal vez no. Pero era demasiado dura la carga del espejo. La de la honda y subterránea soledad.