lunes, 30 de mayo de 2011

Sombras en la noche (LX)



Y entonces descubrías que a tu alma ánima gemela se la sudaba lo que para ti era especial, cuasi divino, sublime. Y viceversa.

Todas las noches, mientras caminabas en solitario por las pedregosas calles iluminadas con farolas que te hacían tener 1001 sombras te dabas cuenta de que no le importabas nada a nadie (salvo a tu madre); consecuencia de tu comportamiento ante la gente a la que posponías frente a tu persona. ¿Egoísmo? Quizá. ¿Te bastabas sólo? Sí, podías divertirte –o fingir que te divertías en soledad-, ¿mas al final qué? Nada profundo. Nadie con quién compartir intervalos lúdicos y/o aburridos de tu existencia. No respondías las llamadas que te mandaban porque te parecía una pérdida de tiempo. Lógicamente, te dejaron de llamar. Eras el dueño de tu vida ma non troppo