Déjame ver lo que yo quiera. ¿No eras tú el de la apología de la libertad?
En aquel verano, mi tiempo era llenado por silencios de soledades; por soledades de silencios. Aquel vacío solo podía ser colmado por manifestaciones artísticas de valor extraordinario. Era otra vez una huida. Una escapada de las miserias. Y sobre todo de los miserables. Aunque también del tedio y la incomodidad de compartir instantes con el prójimo. Parecía que soledad era un sinónimo algo amargo e incompartible de libertad. Sin embargo, sólo solo podía pasearme desnudo por casa, poner la música alta, comer a las cuatro, beber vodka sentado en el sofá o tirarme un buen pedo en la cocina.