El otro día entró al club, un tío parecido a mí. Con el que me siento identificado. Me gusta observarlo y analizar nuestros paralelismos. Y diferencias. Tengo la certeza de que él hace exactamente lo mismo conmigo. A veces, siente una inquietud amarga e infeliz interior que emboza magistralmente al ver como los demás se divierten y él no. No es sólo el entretenimiento ajeno y el aburrimiento propio –diríase que este hecho es hasta fútil- sino la envidia de los demás, un pecado mortal, el querer ser el otro y hacer lo que hace el otro sin dejar de ser uno mismo. Una cosa extrañísima pero tan real como la anarquía limitante de la raza negra.