jueves, 1 de septiembre de 2011

Sombras en la noche (LXXXIX)

Él podía perfectamente hablar y demostrar hábilmente su elocuencia. Podía dar un discurso que los dejara pasmados y conscientes de su ignorancia. "¿Para qué?" solía preguntarse. Y mientras permanecía sentado, escuchando, oyendo, personalizando, dándose cuenta, callado, sin dar signos de vida, crepuscular. Sí, él fue aquel hombre que parecía no saber nada.