martes, 27 de septiembre de 2011

Sombras en la noche (XCVII)


Quizá, la vida y el éxito multiadjetivable pero sin nombre asociada a la primera fueran una cuestión de mera fuerza. Tal afirmación le parecía a priori y teóricamente; la pura expresión conceptual de un maquiavelismo egoístamente cruel y atroz.

Sin embargo, las leyes de la física y demás útiles idioteces a las que somete la humanidad sostenían que de nada sirve hablar bien y claro para ser escuchado, simplemente basta con hablar fuerte o alto. Asimismo, el más respetado, era el más temido, es decir, el más fuerte; y por tener estas dos cualidades era también el más poderoso, esto es, el más libre.
Incluso con las féminas esto daba sus frutos, ellas adorarían al más bizarro; e incluso si se fuese débil, cobarde y pusilánime bastaría con insistir vigorosamente.

Por ello, a la hora de la verdad; (pese a estar en plena hipócrita oposición a su conciencia)  él ni siquiera dudaba en chillar, molestar o meter una hostia.