sábado, 30 de abril de 2011

Sombras en la noche (LII)


A ella le daba por buscar un motivo por el que seguir amando y creyendo en las personas al contemplar y tocar las manos de la gente. Degustaba minuciosamente los surcos y su localización en nuestra piel. Creía descubrir algo relevante, misterioso, detonador en las palmas. Una especie de pitonisa que pintaba las rayas ya trazadas de mi mano como si fueran caminos hacia el placer de la compañía y la nada. Caminos sin rumbo ni retorno que se desvanecían entre suaves y delicadas caricias.

Sombras en la noche (LI)

A él le daba por buscar un motivo por el que seguir viviendo en cualquier sonrisa de cualquier beldad, de cualquier joven llamativa, de cualquier lugar donde fuera o cualquier circunstancia estuviera. Cualquier cosa. Cosa cualquiera una. Que fuese cualquiera, cualesquiera, cualsequiera. Lo que tú quieras cariño. Lo que vos querás mi amor.

lunes, 25 de abril de 2011

Sombras en la noche (L)


Yo sólo suscribo y repito lo que dijiste. Y se volvió a hacer el silencio. Ninguno de los dos sabíamos de su naturaleza o significado. Lo único que alcanzábamos a inteligir (captar con el intelecto) es que nos hallábamos bárbaramente cómodos entre aquellas quietudes auditivas, intelectuales, kinésicas y sobre todo espirituales que no nos atrevíamos a quebrar. El río corría manso, tranquilo, la luz de la luna se reflejaba en sus aguas dando una imagen distorsionadamente bella. Mutante al sucederse las ondulaciones en el lecho. La noche era cálida, serena y apacible como nuestros mejores sueños de recién nacidos. Todo era perfecto. Mi amigo y yo soñábamos despiertos ajenos a todo ajeno a nuestra onírica. Durante unos segundos quise querer creer que éramos dos almas gemelas predestinadas a encontrarse juntas a través de la vida. Nacimos para ser amigos. Nada diferente hubiera sido real o posible. La gente nos odiaba; nos amaba por ser diferentes, atrevidos, nunca vistos.

sábado, 23 de abril de 2011

Sombras en la noche (IL)

-          Che, ¿para qué te ponés a divagar del amor si nunca lo sentiste? (recordaba dolorosamente).
-          Y vos que sabés si yo lo sentí o no.

jueves, 21 de abril de 2011

Sombras en la noche (XLVIII)

Ya no servía en ser o no ser shakesperiano, sino el tener o no tener contemporáneo. Nadie sabía lo que significaba ser, lo que era existir. Nadie sabía nada verdaderamente interesante. Éramos demasiado mayores para jugar sin fatigarnos como niños, y demasiado niños como para no aburrirnos de ser siempre mayores. El amor no fue nunca un juego; era el juego por excelencia. Dentro de su luz nos comportábamos tal y como por naturaleza éramos. Destapaba pasiones, máscaras. El amor era algo profundo y extremo: o gozo supremo o total desdicha. Cualquier mínimo detalle en él se antojaba decisivo para conducir y determinar nuestro estado de ánimo. El amor jamás se compuso de olvidos sino de recuerdos dolorosos, fracasados y penetrantes de madrugada; de insomnio. Incluso de sueños.

martes, 19 de abril de 2011

Sombras en la noche (XLVII)

El dinero, che; pensaba por la avenida mojada en un día en el que se despojó de abrigo y paraguas porque pensó ser lo más natural posible. Miraba a los demás con desprecio y fatuidad ya que ellos habían inventado la artificial necesidad de taparse, de huir del agua caída del cielo en forma de lluvia torrencial cada año más desértica. Hacía un esfuerzo estoico por permanecer impasible aunque me calara hasta los huesos y me encharcara los zapatos, humedeciendo de tal modo mis calcetines que podría haber llenado un vaso de agua al refregarlos. La pasta era el método humano definitivo de medir las cosas por un determinado –por la gran masa demandante- precio (no confundir con valor, leer preferentemente cita de Antonio Machado) e intercambiarlas sin necesidad de otros objetos que siempre habrían de ser tangibles. Los euros estaban en todas partes; en el chocho de esa puta, en el helado de ese niño, en el collar de aquel perro. El dinero nos facilitaba la vida y las cosas al igual que Internet, los condones o las tarjetas de crédito. Era una expresión más de la comodidad hacia la que camina inexorablemente la historia.
                                                         

domingo, 17 de abril de 2011

Sombras en la noche (XLVI)

Pero nuestras dentaduras postizas y máscaras de oro quedarían acá para los descendientes de nuestros descendientes y nosotros que tanto nos hubimos esforzado por conseguir tantas cosas no seríamos ni ceniza. Y nuestros herederos despreciarían con cara de asco aquello por lo que sacrificamos nuestro tiempo y arduo trabajo. Y quizá lo arrojaran al vertedero (del olvido) por no tener valor pecuniario.

domingo, 10 de abril de 2011

Sombras en la noche (XLV)

Sin duda, nos casaríamos con alguien de nuestra misma posición social al que conoceríamos en la Uni o tal vez en una discoteca pija y elitista del centro de acceso restringido a clases más bajas. Nos casaríamos siguiendo el ritual tradicional eclesiástico-católico a pesar de que ninguno de los dos tuviéramos convicción religiosa alguna e iríamos de luna de miel a algún destino exótico (tal como Thailandia o Nueva Zelanda, países cuya cultura no comprenderíamos y en los que por no conocer allí a nadie empezaríamos a hartarnos y aburrirnos de nosotros entre polvo y polvo, entre noche y noche) tendríamos hijos que seguirían nuestros pasos en colegios –otra vez católicos- de pago y que serían criados por chachas ecuatorianas, bolivianas, rumanas o bielorrusas porque no tendríamos tiempo para ellos tan sólo para conseguir dinero, boato y prestigio social.

viernes, 8 de abril de 2011

Sombras en la noche (XLIV)

Habíamos de competir para ser el mejor de la clase en el colegio, instituto y universidad; y así tener el mejor salario para comprarse la casa más grande y el coche más caro (aunque sus caballos no sirvieran de nada debido a las restricciones de velocidad o a que nunca lo condujera porque prefería ahorrar tiempo yendo en avión o tren de alta velocidad) hipotecándonos después hasta los 80 con tal de tener una casa en el campo y otra en la playa a la que rara vez iríamos por estar siempre ocupados con nuestro vital trabajo.