Y ella siguió a ratos ignorándome, a ratos prendiéndome. Yo, exactamente lo mismo. Entre ambos estábamos esculpiendo a martillo y cincel una figura enorme, bárbaramente bella y repleta de despropósitos, de miradas que no atinábamos a comprender, de sonrisas y palabras desaforadamente vanas. De indecisiones y compañías cálidamente gélidas pero vacuas.