martes, 28 de septiembre de 2010

Sombras en la noche (VII)

- ¿Qué coño pinta esto aquí? – me pregunta como si el lector no supiera que algo escrito entre signos interrogativos no es una cuestión.

- Algo tendré que escribir para el concurso, ¿no?

No respondió.

- Contá tú algo que estoy falto de ideas. Dale.

- De acuerdo. Yo nunca me arrepiento de nada, no por qué lo que yo haya hecho esté mal o bien sino por qué sencillamente lo he hecho yo. Y yo sé que yo no hago nada mal. Por qué lo he hecho yo simplemente. Ah, y vos sos un reloco y eso lo estás pagando caro, te estás alejando de grandes cosas que desearía todo hombre en sus cabales. Y lo sabes. Y no te importa; o al menos eso me parece. ¿Quieres que siga? Se me agotan los temas de conversación.

- ¿Por qué cuando quiero que hables se te agotan los temas y cuando quiero que te calles de una jodida vez eres un orador compulsivo? –dije severamente.

- La vida es así Manolito. Nunca es lo que querés que sea. En verano, el agua del grifo está caliente, justo cuando más calor hace. En invierno en cambio está fría de cojones. Hay que joderse. La realidad y el deseo…

- No te pongas melodramático que si no te da por beber y yo no voy a ser quien te lleve a cuestas hasta tu casa cuando estés tan bebido que no puedas levantarte del suelo.

- Mira quien habla. El que se pone borracho aún más loco y empieza hacer barbaridades como la vez que te subiste de la valla, te quedaste colgado y luego no tuviste cojones de bajar poniendo como excusa la longitud en vertical, en altura, entre tus pies y el pavimento.

- ¿Por qué siempre os da por recordar mis mismas miserias?