Entonces yo vivía no sé porqué pero para –o me gustaba- encontrarme con ella. Así; de repente. Ver su rostro entre las anodinas cosas del mundo. Que me tratara como a un tarado cualquiera. Qué me sonriera mientras yo le sonreía y nos miráramos a los ojos. Que me dijera que mirarla la ponía nerviosa. Fijamente. Como a un espejo. Sin complejos. Que ella me propusiera un plan para que yo lo rechazara. Que me diese una cerveza sin yo habérsela pedido. Que le gustara que yo me fuera, desapareciendo, sin decir absolutamente nada.