domingo, 27 de febrero de 2011

Sombras en la noche (XXXIII)



Ahora parecía que todo lo que conocemos, no detentaba significado ni causa alguna. El universo había surgido del azar, de las moléculas materiales que se atraían o se alejaban. La capacidad intelectual del hombre era lo suficientemente desarrollada y poderosa como para preguntarse cuestiones metafísicas, gnoseológicas y en definitiva referentes a la filosofía. Sin embargo, no podía responder adecuadamente a tales cuestiones.

El porqué como elemento diferenciador del animal humano con respecto a los demás seres vivientes. La ignorancia de la niñez como sinónimo de felicidad. Mi pensamiento desvaneciéndose entre su pelo enmarañado por la cama, entre la pereza que le daba levantarse cada mañana sin tener nada que hacer y la comodidad absoluta que le brindaba su colchón viejo de muelles que al paso de los años y los kilos se iba tornando cada vez más blando y fino. Ella solía decir que con el tiempo, algunas púas localizadas de los resortes sobresalían pinchándole el trasero y la espalda. A mí, me hubiera gustado compartir aquel dolor de repulsa inmediata del cuerpo junto a ella. O quizá no. La inseguridad, la indecisión, la incertidumbre se apoderaban de mi persona haciéndome carne de cañón, toro manso que va a la plaza, papel mojado y demás cosas por el estilo.