Indudablemente, la presencia más destacada fue la de un tarado que coadyuvó conmigo desde que vio el letrero en la puerta que le recordó al disco más dylaniano de The Beatles. En el club, él y yo borrachos cada noche cantábamos canciones tristes de Joy Division (contradicción del el nombre del grupo) agarrados del hombro hasta cansarnos quebrándonos la voz ya enronquecida como miembros de una misma hermandad, de una misma desgracia.
- Love, love will tear us apart again- repetíamos una y otra vez con tono propio de barítono.