Vivía en la calle hasta que se instaló en el círculo de los misántropos –sin previo ofrecimiento de su propietario- trasladando allí su particular biblioteca de volúmenes robados, antiguos y mugrientos.
- ¿Y tú porque no trabajas? –un día descaradamente le inquirí.
- El tiempo es demasiado valioso para emplearlo haciendo cosas que no quiero hacer. Prefiero ser un muerto de hambre libre, haciendo lo que me venga en gana a ser un esclavo del trabajo millonario mas amargado por no ser lo que quiere ser.
- ¿Y es esto lo que quieres ser, un bebedor sin techo patético?
- Nada de eso. Eso es lo que puede parecer. Desde fuera. A mentes superficiales. Soy el Diógenes del siglo XXI –afirmaba mientras sostenía sus escritos sobre filosofía con la misma mano con la que intentaba bajarse la cremallera del gris pantalón para masturbarse tumbado, plácidamente como solía hacer cada mediodía.
- Otro cualquiera ya te hubiera echado (con severidad bonachona).
- No hables como si me hubieras salvado la vida. Yo estoy de algún modo “laborando” aquí como publicista, portero y promotor de actividades.
- Todo me parece bien mientras no te creas que esto es tuyo.
- Nada es de nadie.
- No vuelvas con tus gilipolleces paranoicas de filosofía barata (me voy y vuelvo para decir algo).
- Y menéatela en un sitio más recogido; donde nadie te vea. Hay gente a la que le das asco.
- Otra vez impidiéndome ser libre. No me toques la polla.
- Esto es una comunidad; de antisociales vale, pero al fin y al cabo una comunidad.
- Claro, una comunidad con normas, reglas y coerciones (irónico, exaltado, con medio pene fuera).
- Me estás tocando los cojones; esto es mío y aquí yo hago lo que quiero –cada vez más enojado, subiendo el tono de voz.