- ¿Por qué tuviste que hacer eso?
- Estabas allí desnuda, alegre, impasible tan centrada en tus sueños y tus deseos satisfechos y conquistas que me diste envidia. Me propuse aplastarte con mi cuerpo. Hacer algo primitivo, animal y salvaje. Me suscitaste.
- ¿Y qué hacías aquí en mi casa espiándome? (cada vez más enfadada y chillona).
No tuve valor de responder y me fui. Ella no volvió nunca más a pedirme explicaciones ni siquiera se alejó de mi como habría hecho cualquiera sino que me concedió una segunda oportunidad extremando lógicamente las precauciones en los momentos en los que quedábamos solos alejados de la muchedumbre, que cada vez eran menos numerosos.